Ir a la batalla si lo amerita

Desde que llegamos a ser concebidos, hemos demostrado que vinimos a este universo a luchar, dispuestos a conocer el final de nuestra historia y por más emocionante que pudiese ser conocer el futuro, esto no necesariamente representaría la mejor manera para saber qué hacer en determinado momento que esté por llegar en nuestras vidas, este conocimiento podría encaminarnos a evitar algo que sea precisamente lo que sí deberíamos hacer, ésta incertidumbre de las batallas es lo interesante de ellas porque es ahí donde demostramos la bravura y valentía requerida para sortear obstáculos.
Somos el resultado de no presentar una tarea porque el perro se la comió o se me quedó en la casa, me dejó el bus, una llanta amaneció ponchada, gripes o problemas con el servidor de correo; lo cierto es que, sin algunos de esos sucesos inesperados y en ocasiones producto de nuestra imaginación, no sabríamos cómo reaccionar al invertirse los papeles pasando de ser quién se escusa a recebir las razones, al saber que tenemos la decisión de cuestionar o aceptar, de tolerar o corregir; lo más importante es lo que aprendamos de esto. Para ganar algunas batallas debemos considerar que la mejor estrategia podría ser no librarla, si se toma en cuenta las secuelas.
Nuestros seres queridos en ocasiones libran sus batallas sin importar el oponente, pero para pelear se necesita de dos, es ahí donde entra a escena la inteligencia emocional y el manejo de las situaciones para evitar conflictos mayores. En las discusiones podríamos confrontar un demandante y un demandado o dos demandantes, en ocasiones ceder con inteligencia ante momentos de tensión es evadir un golpe y hacer que tu oponente se desgaste, no se puede verter paz a lo que está lleno de ira, primero hay que dejar que baje el nivel para cambiar la proporción.
Las enfermedades representan nuestras batallas más temidas y evitadas por ser las más reñidas ya que no siempre triunfa el bien, pero ¿que nos enferma? Podría decir que nos enferma lo que nos comemos o defensas bajas en nuestro organismo, pero eso ya lo sabemos. El hipocondriaco es el que se enferma a sí mismo, el manipulador que termina transformando en su fantasía en realidad para acompañar sus vacíos y soledad, no es jugando su juego que se luchan esas batallas, es mostrándoles que vale la pena luchar y ganar, que no es con drogas que sana el cuerpo sino con deseos de vivir, de luchar y de amar.
Perder un ser querido duele cuando se piensa con egoísmo, cuando no nos permitimos decir adiós a lo que ya no está, es en vida que se extraña a esas personas, cuando se marchan solo debemos dejar ir porque todo es parte de un ciclo de vida, debemos atesorar los buenos momentos porque solo esos valen para recordar. Esas batallas son momentos que pertenecen al pasado y que no podemos cambiar, solo aceptar y hacer que los demás celebren la partida de un ser querido con gozo, con la esperanza de cumplir el mismo destino en paz y felices por haber vivido.
El amor no piensa y siempre perdona, no es egoísta, aunque tenga que perder, es gratuito así que no pagues por él, no conoce color de piel, sexo, creencias ni distancias, irrespeta a la sociedad que lo censura y pisotea sus derechos, es capaz de esperar pacientemente así nos tome media vida o su totalidad, se disfraza de odio cuando se le irrespeta porque no lo merece. Tanto ansiamos conocerlo que somos capaces de confundirlo para pensar que ya lo vivimos, pero cuando lo llegamos a vivir nos damos cuenta que cada batalla librada, cada lagrima derramada y todo soldado caído en el pasado bien valen el precio por pasar cada momento libre en su compañía sin pensar en el futuro más que para contar los minutos para el reencuentro.
Cuando estés por confrontar cualquier batalla primero pregúntale a tu corazón si vale la pena librarla o si sería mejor conservar las fuerzas para cuando llegue la guerra.
Ya casi nos vemos.

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